- Anabel Cervantes Alva
Oda a la madre tierra
Tú,
la más bella,
habitada por quienes
tus paraísos albergan,
sin cobrar peaje
amamantas,
vistes,
procreas.
Tú,
la más bella,
la de olivos coronada
y de barro fresco tus huellas.
Cuerpo de paraíso perene,
aroma de selva y arena.
Tatuados son tus linderos
más andariegos tus hijos,
migrando alivian
sus penas.
Tú,
la más bella,
la de cenotes profundos
que arrulla embriones
bajo la arboleda;
la de verdosos vestidos
presumiendo primaveras,
la de los pies descalzos
chapoteando la marea,
con juguetes de junco y roble,
y melena de palmeras.
Tú,
La más bella,
caricia de musgo
en luna llena.
Pechos de manantial que sacian,
lava en tus venas abiertas,
voz de cenzontle oceánico,
grito de arroyo que bufa;
aullido de tormenta.
Ojos estelares
en tu mar regodean;
el festín de los peces,
el vaivén de tu silueta,
que sin descanso
gira,
que sin descanso pasea.
Tú,
La más bella;
en ti vive el artesano,
el esclavo, el alfarero;
de ti vive el comerciante,
campesino y ambulante;
para ti vive el artista,
el nativo, el activista;
construirte debe el obrero,
conquistarte quiere el extranjero,
explorarte anhela el turista,
y poseerte el capitalista.
Sobre ti construyen monolitos,
y entregando van sus faenas,
ante etéreos entes inertes,
se pierden, se mutilan,
se doblegan.
Más tú,
cariñosa madre
pura mantienes tu esencia,
obsequias bienes a incautos,
usureros, mecenas.
Oh,
bella entre las bellas;
ungir deberías tus mellas,
abatir el gemir del viento,
incinerar la mala hierba.
Tú,
la más bella,
en ti nace el día,
el fruto… la pureza,
en ti la felicidad florece,
y la riqueza se revela.
Mi amada Tonantzin
tu alegría
el espíritu eleva;
el sol ante ti resplandece,
el ave en tu cielo vuela,
y el indio danza sus ritos
como parte de su naturaleza.
Tú,
la más bella;
la madre que amamanta,
que no descansa,
que siempre es bella.